2
«Si hay esperanza —habría escrito en el Diario—, está en los proles.» Estas palabras le volvían como afirmación de una verdad mística y de un absurdo palpable. Penetró por los suburbios del Norte y del Este alrededor de lo que en tiempos había sido la estación de San Pancracio. Marchaba por una calle empedrada, cuyas viejas casas sólo tenían dos pisos y cuyas puertas abiertas descubrían los sórdidos interiores. De trecho en trecho había charcos de agua sucia por entre las piedras. Entraban y salían en las casuchas y llenaban las callejuelas infinidad de personas: muchachas en la flor de la edad con bocas violentamente pintadas, muchachos que perseguían a las jóvenes, y mujeres de cuerpos obesos y bamboleantes, vivas pruebas de lo que serían las muchachas cuando tuvieran diez años más, ancianos que se movían dificultosamente y niños descalzos que jugaban en los charcos y salían corriendo al oír los irritados chillidos de sus madres. La cuarta parte de las ventanas de la calle estaban rotas y tapadas con cartones. La mayoría de la gente no prestaba
atención a Winston. Algunos lo miraban con cauta curiosidad. Dos monstruosas mujeres de brazos rojizos cruzados sobre los delantales, hablaban en una de las puertas. Winston oyó algunos retazos de la conversación.
—Pues, sí, fui y le dije: «Todo eso está muy bien, pero si hubieras estado en mi lugar hubieras hecho lo mismo que yo. Es muy sencillo eso de criticar —le dije , pero tú no tienes los mismos problemas que yo».
—Claro —dijo la otra—, ahí está la cosa. Cada uno sabe lo suyo.
Estas voces estridentes se callaron de pronto. Las mujeres observaron a Winston con hostil silencio cuando pasó ante ellas. Pero no era exactamente hostilidad sino una especie de alerta momentánea como cuando nos cruzamos con un animal desconocido. El «mono» azul del Partido no se veía con frecuencia en una calle como ésta. Desde luego, era muy poco prudente que lo vieran a uno en semejantes sitios a no ser que se tuviera algo muy concreto que hacer allí: Las patrullas le detenían a uno en cuanto lo sorprendían en una calle de proles y le preguntaban: «¿Quieres enseñarme la documentación camarada? ¿Qué haces por aquí? ¿A qué hora saliste del trabajo? ¿Tienes la costumbre de tomar este camino para ir a tu casa?, y así sucesivamente. No es que hubiera una disposición especial prohibiendo regresar a casa por un camino insólito, mas era lo suficiente para hacerse notar si la Policía del Pensamiento lo descubría.
他曾經在日記中寫過,“如果有希望的話,希望在無產者身上。”他不斷地回想起這句話,這說明了一個神秘的真理、明顯的荒謬。他現在是在從前曾經是圣潘克拉斯車站的地方以北和以東的一片褐色貧民窟里。他走在一條鵝卵石鋪的街上,兩旁是小小的兩層樓房,破落的大門就在人行道旁,有點奇怪地使人感到象耗子洞;在鵝卵石路面上到處有一灘灘臟水。黑黝黝的門洞的里里外外,還有兩旁的狹隘的陋巷里,到處是人,為數之多,令人吃驚——鮮花盛開一般的少女,嘴上涂著鮮艷的唇膏;追逐著她們的少年;走路搖搖擺擺的肥胖的女人,使你看到這些姑娘們十年之后會成為什么樣子;邁著八字腳來來往往的駝背彎腰的老頭兒;衣衫襤縷的赤腳玩童,他們在污水潭中嬉戲,一聽到他們母親的怒喝又四散逃開。街上的玻璃窗大約有四分之一是打破的,用木板釘了起來。大多數人根本不理會溫斯頓;有少數人小心翼翼地好奇地看他一眼。有兩個粗壯的女人,兩條象磚頭一般發紅的胳膊交叉抱在胸前,在一個門口城著閑談。溫斯頓走近的時候聽到了她們談話的片言只語。
“‘是啊,’我對她說,‘這樣好是好,’我說。‘不過,要是你是我,你就也會象我一樣。說別人很容易,’我說,‘可是,我要操心的事兒,你可沒有。’”
“啊,”另一個女人說,“你說得對。就是這么一回事。”
刺耳的說話突然停止了。那兩個女人在他經過的時候懷有敵意地看著他。但是確切地說,這談不上是敵意;只是一種警覺,暫時的僵化,象在看到不熟悉的野獸經過一樣。在這樣的一條街道上,黨員的藍制服不可能是常見的。的確,讓人看到自己出現在這種地方是不明智的,除非你有公務在身。如果碰上巡邏隊,他們一定要查問的。“給我看一看你的證件。好呀,同志?你在這里于什么?你什么時候下班的?
這是你平時回家的路嗎?”——如此等等。并不是說有什么規定不許走另一條路回家,但是如果思想警察知道了這件事,你就會引起他們的注意。